No tienen voz. No reclaman. No se nuclean en agrupaciones. No hacen lobby. Aun cuando son uno de los sectores más necesitados de nuestra sociedad, los niños y niñas pobres no tienen capacidad de demanda. Sufren sus carencias cotidiana y silenciosamente.

Cuando la tragedia sucede y toma estado público (es generalmente el caso de la muerte de una niña por desnutrición), el estupor, la sorpresa y la indignación nos impulsan a asignar culpas y responsabilidades (que las hay) ¿Qué otra cosa podemos hacer, especialmente, quienes no gobernamos?

Página 12, 22 de agosto de 2008

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